¿La Baja Tolerancia a la Frustración Nos Rompe Ante el Fracaso?

Tienes baja tolerancia a la frustración —me dijo una amiga el día que le conté que había abandonado la universidad a mitad de camino.

Siempre se me había dado fácil estudiar, sobre todo las matemáticas, así que nunca aprendí a lidiar con el fracaso. Pero el primer parcial de cálculo diferencial me puso los pies en la tierra: tuve una nota de 0.6. La frustración, sumada a la indisciplina (porque nunca había tenido que esforzarme de verdad), terminó por hacerme renunciar. 10 años más tarde no he logrado conseguir una oportunidad de estudiar como esta que tuve.

Fue entonces cuando empecé a preguntarme: ¿por qué me costó tanto afrontar esa situación? ¿Qué es lo que me pasa cuando algo no sale como espero?

Así que decidí estudiar el tema de la baja tolerancia a la frustración, algo que, sin darme cuenta, venía marcando muchas decisiones de mi vida.

Te voy a contar de qué trata.

¿Qué es realmente tener baja tolerancia a la frustración?

Mira, tener baja tolerancia a la frustración es algo que a muchos nos pasa en mayor o menor medida. Básicamente, es cuando nos cuesta mucho lidiar con las cosas que no salen como queremos. Cuando algo nos molesta, se nos atraviesa un obstáculo o simplemente no conseguimos lo que buscamos, es fácil sentir malestar emocionalmente. Y claro, esto puede hacer que nos enojemos rápido, nos sintamos tristes o nos desmotivemos, y muchas veces, preferimos evitar cualquier situación que nos genere ese malestar.

Cuando tenemos baja tolerancia a la frustración también nos cuesta adaptarnos a los cambios o a la incertidumbre. Es como si el mundo tuviera que funcionar siempre como uno espera, y cuando no es así, el malestar se hace presente.

Cuidado porque hay que saber diferenciar la baja tolerancia a la frustración de las situaciones que realmente son perjudiciales para nosotros, las cuales debemos evitar o buscar los medios para cambiarlas.


¿Cómo sé si tengo baja tolerancia a la frustración?

Hay varias señales que pueden ayudarte a identificarlo. Te cuento algunas:

  • Te cuesta manejar tus emociones: Te molestas rápido, te da tristeza intensa o te pones ansioso cuando algo no sale como quieres.
  • Eres impaciente e impulsivo: Te cuesta esperar, quieres que todo pase ya, y a veces reaccionas sin pensar mucho.
  • Sueles evitar los retos: Si algo parece difícil o requiere esfuerzo, puede que prefieras dejarlo de lado antes que enfrentarlo.
  • Tienes un pensamiento rígido: Cuando algo cambia de repente, te cuesta adaptarte o buscar soluciones nuevas.
  • Buscas gratificación inmediata: Prefieres lo que te da satisfacción rápido, aunque sea algo pequeño, en lugar de esperar por algo mejor que requiere más paciencia.
  • Sientes que las cosas son injustas: Cuando alguien te pone un límite o algo no sale como querías, sientes que la vida o los demás son injustos contigo.
  • Te desanimas con facilidad: A veces te enfocas más en lo negativo y pierdes la motivación rápido.
  • Usas el chantaje emocional: Puede que, sin darte cuenta, intentes manipular a otros para conseguir lo que quieres cuando algo te frustra.

¿Por qué me pasa esto?

No hay una sola razón, pero sí hay varios factores que pueden influir:

Baja tolerancia a la frustración
  • Parte puede ser biológica: Algunas personas, por genética o por cómo funciona su sistema nervioso, son más sensibles emocionalmente o les cuesta más regular sus emociones.
  • Lo que vivimos en la infancia también influye: Si de pequeños no nos enseñaron a manejar la frustración, si nos sobreprotegieron o no nos pusieron límites claros, probablemente no aprendimos a tolerar el malestar cuando las cosas no salen como queremos.
  • Lo que vimos en casa o con las personas cercanas: Si crecimos viendo a adultos que reaccionaban mal ante la frustración, es normal que hayamos aprendido a actuar de forma parecida.
  • Y a veces está relacionado con algunos trastornos, como el TDAH: En estos casos, la dificultad para manejar la frustración es parte del cuadro, porque hay un problema general con el control emocional.

¿Y esto de la frustración nos afecta desde niños?

Totalmente. De hecho, ahí es donde empieza todo. Mira, cuando somos niños es normal querer todo ya, ¿quién no? Pero si nadie nos enseña a esperar, a aceptar un “no” o a volver a intentar cuando algo no sale bien, esa impaciencia se queda. Entonces ves a los niños que lloran, tiran el juego o hacen berrinche cuando pierden o tienen que esperar su turno. Y si eso no se trabaja de pequeños, de adultos ven cualquier fracaso como algo enorme que no saben manejar.


¿Y en la adolescencia qué pasa? ¿Se pone peor?

Uf, sí, se pone más intenso. En la adolescencia todo se vive a mil por hora. Si no aprendieron a tolerar la frustración, los adolescentes suelen abandonar cualquier cosa que no les salga rápido: un deporte, un curso, una relación. Quieren resultados inmediatos y si alguien los critica, reaccionan exageradamente. Y claro, como todo hoy es rápido (las redes, el internet), les cuesta aceptar que crecer como persona lleva tiempo, esfuerzo y sí… frustraciones.


¿Y cuando somos adultos ya deberíamos tenerlo resuelto, o qué?

Ojalá, pero no siempre pasa. De adultos, si seguimos con baja tolerancia a la frustración, eso nos pasa factura. Hay gente que renuncia a su trabajo si no le reconocen el esfuerzo enseguida, que termina relaciones porque no sabe ceder, o que abandona sus sueños apenas aparece un obstáculo. Y claro, como la vida no es color de rosa ni siempre cómoda, viven frustrados todo el tiempo. La resiliencia, eso de seguir adelante pese a las caídas, se construye enfrentando lo difícil, no escapando de ello.

A man in a plaid shirt sits by the water looking distressed, symbolizing stress.

¿Y en la vejez cómo se ve todo esto?

Ahí es donde la vida te muestra que no todo lo controlamos. En la vejez, pierdes cosas: fuerza física, independencia, tu rol en la familia cambia… Y si no has aprendido a aceptar esas frustraciones, esta etapa puede doler mucho. Te aíslas, te quejas o te amargas por lo que ya no puedes hacer. Pero también he visto personas mayores que, a pesar de todo eso, siguen tranquilos, adaptándose y disfrutando de lo que aún tienen. No es la edad, es la actitud con la que enfrentas lo que no puedes cambiar.

Entonces… ¿toca aprender a frustrarse?

Exactamente. La frustración no es el fin del mundo, aunque a veces lo parezca. Es más bien una maestra incómoda, pero necesaria. La vida tiene límites, tiempos que no controlamos y resultados que a veces no son los que queríamos. Y aprender a vivir con eso no significa rendirse, sino entender que no todo sale como uno quiere… y está bien.

Por eso creo que deberíamos cambiar el chip desde pequeños: no solo enseñar a ganar o a tener éxito, sino también a perder, a esperar, a fallar y a levantarse sin romperse por dentro. Porque la frustración no desaparece con los años; nos acompaña toda la vida. Lo que sí puede cambiar es cómo la enfrentamos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *